Salucita

Carlos B. R.
3 min readSep 13, 2020

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A Larisa Hernández, por su apoyo y atenta amistad

Yo trabajaba entonces en una dependencia de gobierno que hacía libros para niños y organizaba talleres de promoción de lectura para educación básica. Justo me habían contratado para ampliar el catálogo de títulos y diseñar talleres para alumnos y maestros de secundaria.

Pagaban poco, pero sólo iba unas horas por las mañanas y me gustaba mucho lo que hacía, además que se complementaba perfecto con mis otras tareas: ser editor externo de una trasnacional, reportero eventual de algunos diarios y como «negro» de una célebre periodista (a la fecha no entiendo cómo a los 20 años a uno le rinde tanto el tiempo).

Total, un día llegué y no había nadie en todo el edificio, salvo el vigilante que me puso al tanto: «Todos se fueron a un congreso en Manzanillo, ¿no lo invitaron?». Hice de tripas corazón y aproveché «no tener interrupciones» para apurarme y salir cuanto antes. Estaba clavado respondiendo unos correos, cuando de pronto alguien habló a mis espaldas: «No te había visto por aquí, ¿eres nuevo?». Voltee espantado, porque me había hecho a la idea que estaba solo y me encontré con una muchacha, muy sonriente, sentada en el marco de la ventana que daba al pasillo.

«¿A ti tampoco te invitaron al congreso», pregunté tratando de simular mi sorpresa y ella me comentó que sí, pero que debía entregar unos guiones urgentes para TV y que por eso no pudo ir al viaje. Luego me preguntó: «¿Qué vas a hacer al rato?». Le respondí que no mucho, tal vez pasar a la editorial y luego irme a comer. «¿Te puedo acompañar?», me dijo mientras me confirmaba que estaba a unos minutos de terminar sus pendientes.

La idea me pareció genial — no tenía nada más contemplado — y con mayor razón me apuré en mis asuntos.

Fuimos a un restaurante de Coyoacán, pedimos una botella de vino y a ella le gustó mucho la comida. Entre los brindis y la plática, todo era risas y diversión. Se acabó la botella y ella comentó: «¿Pedimos otra?». Claro, por qué no, si la estamos pasando genial.

Después de la tercera botella, ella sugirió: «¿No se te antoja algo más fuertecito?». Si algo tenemos los periodistas — y casi todo aquel que se dedique a «la leída y la escribida» — es resistencia al alcohol, sobre todo a esa edad, cuando aún no descubres la verdadera cruda y puedes pasar días sin dormir sin el menor problema. «Claro, vamos por un digestivo».

Ella me agarró de la mano y me llevó por todo Coyoacán hasta que entramos… ¿al bar de Sanborn’s? Bueno, cada quien sus gustos. Pidió tequilas —los cuales llevaron dobles porque «hora feliz»— y ni tarda ni perezosa, se los zampó de un trago. Se acercó a mí y comenzó a besarme. Pidió más tequilas. Y se los volvió a zampar de un sopetón… Hasta que luego de la cuarta ronda…

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Gracias por tu atención y apoyo.

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Carlos B. R.

25 años de editor en @megustaleermex @SEP_mx @readersdigest @algarabia Como al señor K: ‘Me cuesta una fatiga enorme preparar mi próximo error’. Doy talleres.