Entre la multitud

Carlos B. R.
3 min readNov 1, 2020

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Eso que ustedes llaman “el más allá” no es la gran cosa; de hecho, desde hace algún tiempo ya se pueden comunicar con quienes estamos “aquí” (por llamarle de cierto modo a este lugar, que no es ninguno en realidad).

Me explico. Todo es más o menos igual que donde ustedes están, con la notable diferencia de que acá nada cambia.

Es fácil notar a quienes vienen llegando, pues además del desconcierto (y la decepción) de no encontrar aborregadas y blancas nubes, ni gente con aureolas en la cabeza ni sotanas blancas ni arpas ni ninguna de esas arcaicas cursilerías; hay quienes incluso se sienten defraudados de tampoco encontrar carbones ardientes ni llamas encendidas ni demonios ni irónicas torturas infinitas; es más, ni siquiera a sus ídolos o sus enemigos, pues acá nadie tiene rostro y, sólo al principio, se tiene noción de quién fuiste o qué hiciste en la “vida” a secas, pues esto de ningún modo podría llamarse “otra”. Esto es lo más parecido a eso que recordamos como “nada”.

Pero decía que es fácil notar a quienes vienen llegando. Por su azoro, porque hacen muchas (e innecesarias) preguntas que, por supuesto, nadie les contesta, pues pronto se darán cuenta que no hace falta saber ni descifrar nada.

Yo, como casi todos (supongo), al verme sin el peso de cubrir ninguna obligación ajena ni de necesitar comer ni dormir, me dije: “Al fin dispongo de toooodo el tiempo para hacer lo que se me venga en gana y eso que siempre estuve postergando”. Pero luego te das cuenta que aquí no hay tiempo (no sé si a esto se referían con “la eternidad”) y, por lo mismo, tampoco pasa nada. O mejor dicho: por más que te afanes o te “dediques a algo”, no tiene el menor sentido.

Por ejemplo, eso que acaba de arribar (y reitero lo de “eso” porque tampoco hay modo de saber de qué género fuiste). Afirma “ser” alguien “muy importante”, que le tratemos “como se merece”. No lo asegura, lo exige. Pronto se dará cuenta que aquí no hay (ni valen) el dinero ni el supuesto poder ni los apellidos ni los “conectes” ni qué tan brillante o notable hayas sido ni que hayas “aportado a la humanidad”. Aquí sí somos asquerosamente iguales.

Una vez llegó un grupo de científicos. Y al hablar términos en común, se entendieron de inmediato y se pusieron a “hacer cosas”. Fue ahí que idearon un modo para comunicarse con “el plano previo” como le llamaron a donde estuvimos antes. Y no, no funciona por medio de golpeteos sobre una mesa ni ouijas ni velas ni con movimiento de vasos: ninguna de esas charlatanerías, sino con un simple teléfono. El problema fue, ¿cómo darles a conocer el número a los del otro lado si es imposible enviar nada de regreso? Sólo se pueden recibir llamadas, no hacerlas. Sin embargo, por esos golpes que da el azar, el instrumento ha llegado a sonar algunas veces. Por supuesto: son personas que marcaron mal y siempre buscaban a alguien más que no estaba aquí o, si quien llegaba a contestar aún recordaba cómo hablar y coincidía el lenguaje con el de quien marcó, la respuesta era siempre más o menos la misma: “número equivocado”.

Salvo en una ocasión. Ése llegó desesperado, con tremenda angustia que algunos se animaron a responderle con tal que dejara de armar semejante escándalo: incluso en nuestra anodina contemplación hacia la nada se llega uno a alterar con espectáculos como aquél. Entonces alguien le dijo del teléfono (que para entonces la mayoría, sobre todo quienes lo inventaron, ya lo habían olvidado). Y se quedó ahí, a esperar… podría decirse que “eternidades”, pero ya dije que aquí no pasa el tiempo (no vuelvo a repetirlo). Y sonó, sonó tan fuerte que a todos nos sorprendió…

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Carlos B. R.

25 años de editor en @megustaleermex @SEP_mx @readersdigest @algarabia Como al señor K: ‘Me cuesta una fatiga enorme preparar mi próximo error’. Doy talleres.